Roger Federer, y nadie más.

  • El suizo conquista ante Andy Murray (4-6, 7-5, 6-3, 6-4) su séptimo título en Wimbledon y se convierte en número uno del mundo
  • ‘Creo sinceramente que he jugado mi mejor tenis en este torneo’

Carlos FRESNEDA. Copyright.2012

Llora Roger Federer y son las suyas las lágrimas de una leyenda. Quedará para la historia su gesto emocionado como pocas veces sobre el verde de la central del All England Club, tras recuperar su corona en Wimbledon y volver a ser el ‘número uno’ mundial. El suizo ha vencido en cuatro sets a Andy Murray (4-6, 7-5, 6-3,6-3) en un partido que le puso cuesta arriba el escocés y que empezó a enderezarse bajo techo y gracias a la lluvia.

La alfombra verde se ha extendido en honor a Federer, que emula con su victoria los siete títulos en hierba de su héroe, Pete Sampras, y demuestra que la vida vuelve a empezar para que el que muchos consideran el mejor tenista de todos los tiempos, a punto de cumplir los 31 años.

Con la sonrisa de alivio en el rostro, Federer reconoció que es un «momento mágico», al recoger el trofeo de ganador: «En los dos últimos años he dejado escapar muchas ocasiones, pero nunca he dejado de creer y he recuperado la confianza. Creo sinceramente que he jugado mi mejor tenis en este torneo».

Andy Murray se quedó sin romper su propio techo en su tercera final de un Grand Slam y sin conjurar el maleficio británico al cabo de 76 años. El escocés dio sin embargo la talla con creces sobre la hierba resbaladiza de Wimbledon y tuvo a Federer en un puño durante la primera mitad del partido. «Me voy acercando», dijo Andy Murray entre lágrimas y en sus primeras declaraciones a pie de pista. El escocés se tomó medio minuto para recuperar la compostura: «No va a ser fácil… Quiero felicitar antes que nada a Roger, no ha jugado nada mal pese a tener 30 años. Quieron agrederle al público. Todo el mundo habla de la presión, pero la verdad es que el apoyo que he tenido ha sido estupendo», dijo.

El sexto juego del tercer set

La clave estuvo en el sexto juego del tecer set, poco después del parón obligado por la lluvia, con el escocés al saque y 20 apasionantes minutos del mejor tenis visto en Wimbledon. Nueve «deuces» llegaron a disputar, con seis bolas de «break» para Federer que Murray llegó a conjurar a golpe de «ace» (16 a lo largo del partido), con ocasionales subidas y con su potentes ‘drive’ cruzados o en paralelo desde la línea de fondo.

El suizo, que arrancó destemplado a techo abierto, recuperó sin embargo su potente pegada tras el «descanso» y bajo los reflectores del techo refractario de Wimbledon, que se convirtió en su mejor aliado. Federer fue también mucho más efectivo al saque en la segunda mitad e imprimió una agresividad al resto que funcionó en los momentos clave.

Superado el definitivo escollo en el ecuador del partido, el suizo pareció volar en la recta final, mientras Murray daba síntomas de fatiga física y mental, pese a todo lo ganado desde que en enero decidió fichar a Ivan Lendle como preparador.

Partía Murray Andy con el doble reto de enterrar la proeza de Fred Perry (el último británico en ganar Wimbledon en 1936) y entrar por fin con su propio pie entre los grandes, incapaz de haber ganado un solo set en las dos finales de un Grand Slam disputadas hasta y precisamente ante Roger Federer (en el US Open en el 2008 y en Australia en el 2010). A favor del escocés, sin embargo, un marcador particular de 8-7 en sus enfrentamientos anteriores, ninguno de ellos en hierba.

Tenía pues Murray una misión imposible comparable a la de James Bond: dejar bien el alto el pabellón de Gran Bretaña y demostrar a todos (sobre todo a sí mismo) que tiene lo que tener para ser un campeón, con la madurez y el aplomo en la pista ganados gracias a los auspicios de Lendl (que por cierto nunca llegó a ganar en Wimbledon).

Con Lendl ha mejorado Murray el servicio y ha ganado en espíritu de autosuperación y concentración en los momentos críticos, con la ayuda también del psicólogo deportivo italiano Roberto Fonzoni. Su madre, Judy, temperamental por naturaleza, reconoce que es un alivio ver jugar ahora a su hijo sin maldecirse constantemente a sí mismo y mordiéndose la lengua para no dejar escapar «tacos».

El reto de Federer era muy distinto. Incapaz de ganar un Grand Slam desde el Open de Australia en el 2010 y a punto de cumplir los 31 años, el suizo ardía en deseos de recuperar la corona del «número uno» precisamente en Wimbledon y emulando a su personalísimo héroe, Peter Sampras, con siete títulos sobre la hierba.

Cuando la proza parecía posible

Tomó pronto el mando del partido Andy Murray, rompiéndole de entrada el servicio a un Federer que poco o nada tenía que ver con el «pegador» implacable que doblegó a Djokovic en semifinales. Sorprendido por la agresividad al resto del escocés, el suizo decidió jugársela en la red, con lamentables resultados al primer intento.

Tuvo incluso Murray la oportunidad de marcharse con 3-0 en apenas 15 minutos, pero Federer –ostensiblemente incómodo en la primera hora de juego- imprimió agresividad al resto y quebró el saque a escocés para dejar la cosa en 2-2, y vuelta empezar… Murray no estaba sin embargo dispuesto a ceder la iniciativa, por mucho que Federer intentara aprovechar su bajón en el saque en el sexto y octavo juego, salvado ‘in extremis’.

El escocés volvió sin embargo a romper el servicio a Federer, que acusó el desgaste físico de su remontada. Murray liquidó el set con una serie de «bombazos» (entre ellos, un «ace» a 195 kilómetros por hora) que le dio confianza necesaria y le hizo entrar en ya con un pie pequeño en la historia: su primer set ganado en una final del Gand Slam.

Arrancó Federer algo más entonado en el segundo set, como intentando dejar atrás la sucesión de errores no forzados en los momento claves del primero. Su servicio empezó a hacer daño, pero Murray mantuvo perfectamente el tipo y se atrevió a emular a su rival con efectiva subidas, culminadas con una espléndida volea de revés a media pista con 4-4 en el marcador.

El escocés aflojó inexplicablemente el acelerador al final, y cuando todo parecía listo para el «tie break», entregó inocentemente el servicio y permitió la «revancha» del suizo con una volea de revés que dejó sentenciado el segundo set, antes de que cayeran las primeras gotas y de que cambiaran las tornas de un partido que hasta ese momento había sido suyo.

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