ROMERÍA: PLEGARIA EN MOVIMENTO

«…, en los meses de mayo y septiembre, y desde el año 1.802, la hoy conocida como Sociedad de Pastores Virgen de Belén, dimanante de la Cofradía del Gremio de los Pastores (año 1731), cuando el fresco amanecer (mayo) aún se deja advertir en los días portadores de tardes aún calurosas (septiembre), atentos a los momentos en los que se desboca la memoria, cuando el amanecer y crepúsculo manosean el Mugrón y adoptan relevancia, y  las veredas polvorientas y agrietadas se abren paso entre el silencio y la espera, un pueblo entero aviva su centenaria tradición y su cita con la historia. No es baladí lo que afirmo, no; tampoco hago referencia a una fiesta cualquiera, si quiera a un simple acto devocional: hablo de la Romería, el encuentro entre lo sagrado y lo humano, entre la memoria y la esperanza…»

Luis BONETE. Periodista. Copyright-2025

En los meses de mayo y septiembre, y desde el año 1.802, la hoy conocida como Sociedad de Pastores Virgen de Belén, dimanante de la Cofradía del Gremio de los Pastores (año 1731), cuando el fresco amanecer (mayo) aún se deja advertir en los días portadores de tardes aún calurosas (septiembre), atentos a los momentos en los que se desboca la memoria, cuando el amanecer y crepúsculo manosean el Mugrón y adoptan relevancia, y  las veredas polvorientas y agrietadas se abren paso entre el silencio y la espera, un pueblo entero aviva su centenaria tradición y su cita con la historia. No es baladí lo que afirmo, no; tampoco hago referencia a una fiesta cualquiera, si quiera a un simple acto devocional: hablo de la Romería, el encuentro entre lo sagrado y lo humano, entre la memoria y la esperanza.

Acarrear a hombros a la Virgen de Belén desde su Santuario hasta la ciudad donde tiene su sede canónica, o desde Santa María de la Asunción al Santuario es, tanto monta, monta tanto, para quien esto escribe y no dudo que para quienes forman parte de la sociedad encargada de custodiarla, un acto que trasciende la fuerza física: estamos ante un derroche de amor, un gesto de ternura, identidad y comunión espiritual. Apunto, humildemente, a buscar inquirir en el significado emocional y social de esta tradición de la que, como pastor, formo parte desde que tengo memoria, rastreando el modo cómo el esfuerzo compartido se transforma en símbolo de fe viva y de pertenencia colectiva.

Respetado amigo. Si esto que lees lo haces desde el método agnóstico, desde el ateísmo, incluso si siendo pastor nunca has acarreado en Romería las andas de la Patrona, tengo un mensaje para ti: el primer contacto con los varales del paso no es solo el bosquejo de un recorrido, sino el arranque de una transformación interior. Tus hombros, y los de tus hermanos pastores experimentan la crudeza del peso de la madera, cierto, pero también, y esto es desde mi punto de vista lo más relevante, la carga de la fe de un pueblo entero.

Cada paso, acompasado por los cambios de turno a la esperada orden de silbato del pastor-capataz, el murmullo de oraciones, promesas, alegría desbordada, compañerismo…, y los singulares vivas a la Patrona y al Niñico que salen sentidos de la garganta del Vitorero, se convierten en jaculatoria en movimiento. Es precisamente en esos momentos cuando la fatiga y el cansancio se funde con la emoción, y el padecimiento se hace sagrado. El cuerpo, llevado a su límite, se vuelve oblación: la ofrenda se transforma en lenguaje de devoción.

La Virgen de Belén no es solo una imagen que va y viene; para nada, es la presencia viva y cercana (más que nunca) de la Madre que camina junto a sus hijos. Por eso, quienes la portan sienten que no la cargan: es Ella quien los sostiene, quien los alienta a seguir incluso cuando los pasos se hacen duros, penosos, agotadores, eternos…,

En el seno de la Sociedad de Pastores, los denominados “pies de la Virgen”, almanseños a cientos que organizan y se responsabilizan de este acontecimiento popular, converge una verdad profunda: la fe se vive en comunidad. Bajo el varal desaparecen las diferencias, el corazón de todos los pastores y pastoras late a un mismo compás.

La Romería, un denuedo compartido, une generaciones y biografías: el padre que enseña al hijo cómo colocar el hombro, el veterano que guía con su voz serena, el joven que, por fin ¡¡¡ descubre por vez primera el gran honor que supone servir.

Los hombres y mujeres que cargan en sus hombros a la Virgen de Belén renuncian a su nombre propio, lo canjean por un “nosotros” infinito; son, todos, una comunidad que camina como un solo cuerpo animado por la devoción. Es en ese esfuerzo conjunto donde florece la identidad del pueblo que, orgulloso, se sabe heredero de una tradición transmitida con honor y humildad.

Septiembre. El camino desde el Santuario hasta la ciudad de Almansa tiene una resonancia simbólica profunda: acabado el verano, cuando la luz mengua poco a poco y los laboriosos vecinos se disponen para la vendimia, tiene lugar el regreso de la Madre al hogar. Cada curva del camino, cada cuesta, cada parada, cada oración, cada “vítor” es un eco de siglos de historia y esperanza.

Cuando la imagen de la Virgen de Belén, se aproxima a las calles de la ciudad, el aire cambia. Superado el puente de Carlos IV, estalla la traca de honor y las campanas de San Roque repican, los balcones se llenan de vecinos, y los corazones, henchidos de emoción, laten con un desconcierto difícil de explicar.

En ese instante, el pueblo de Almansa no solo recibe a su Patrona: se reencuentra consigo mismo. El camino de la Virgen de Belén es también el camino interior de cada persona que la acompaña, una travesía que renueva la fe, la identidad y el sentimiento de pertenencia a una misma alma colectiva.

Soy pastor. Orgullosamente soy parte de la Sociedad responsable de los traslados de la Virgen de Belén, bien entendido que nuestro cometido no es únicamente un compromiso organizativo o ceremonial; es una vocación, un privilegio espiritual, transmitido por nuestros mayores. Ser pastor de la Virgen de Belén encarna formar parte de una cadena humana y simbólica que une pasado, presente y futuro.

El peso de las andas se convierte en metáfora de la vida misma: a veces ardua, siempre compartida, pero llena de sentido cuando se camina con fe. Ser pastor de la Virgen es aceptar sin condición alguna que el peso del paso no se mide en kilos, sino en significados. Que lo que se levanta sobre los hombros no es madera, sino historia; no se trata solo de una imagen, sino de una Madre que une, que consuela y que da sentido a nuestra vida cristiana.

Porque bajo la mirada de la Virgen de Belén, cada hombro se hace altar, cada lágrima se hace oración, y cada paso, por pequeño que sea, acerca un poco más a ese misterio hermoso de saberse pueblo, saberse hijos, saberse guiados por Ella.

 

¡¡¡VIVA LA VIRGEN DE BELÉN!!!

¡¡¡Y EL NIÑICO TAMBIÉN!!!

¡¡¡AGUA VIRGEN DE BELÉN!!!

 

 

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